Apunte 1. El mototaxista.

 




Hoy llegamos a Aracataca. Es un pueblo pequeño, no mucho más que Sibaté, no más divertido de lo que los comentarios de los turistas ocasionales quieren hacer creer. Al menos esa fue mi primera impresión. Hace mucho calor. La noche es casi tan enfebrecida como el día. Hay una calle que en otro tiempo era conocida como la de los turcos donde se apelotonan los bares, las droguerías, las boticas, los almacenes, las pastelerías, los todo a mil. En el parque principal hay una estatua de un Gabo solitario que se resigna a escribir en una vieja máquina frente a la indiferencia generalizada de los lugareños y el interés imprevisto de los pocos turistas atolondrados. Debo tener en cuenta, en todo caso, que lo estoy observando con los ojos de un foráneo que tuvo que cargar una maleta voluminosa. 

Casi al borde de la medianoche, cuando nos tomábamos con Jayana un par de cervezas en uno de los banquitos del parque, ocurrió lo imprevisto, diríase lo macondiano para cumplir con el vocablo más pronunciado por estos lares: un mototaxista se detuvo al borde de la acera, nos preguntó a donde íbamos, se resignó a escuchar que sus servicios no eran requeridos con urgencia, asumió la postura de quien se prepara para la charla y comenzó a hablarnos de Aracataca. Don Wilfrido es un señor que cumple con el estereotipo costeño: buena estatura, estómago más o menos prominente, tez oscura, gorra de pelotero, franela, pantaloneta, chanclas y verbo de narrador.  Curiosamente, y al contrario de muchos lugareños que se empeñan en resaltar las bondades de su terruño, nos habló de Aracataca como de un pueblo que quería mucho pero que en ocasiones le resultaba bastante aburrido. Ante la observación de Jayana, quien dijo que al menos los cataqueros guardan un sentido de la identidad por lo que los hace más reconocidos a nivel nacional-las mariposas amarillas, Cien años de Soledad, Gabo- asumió una postura enérgica y afirmó que en Aracataca, al contrario de Cartagena, donde las familias reconocidas que conservan propiedades coloniales reciben algún tipo de subvención o subsidio económico que les permite sostener sus casonas, en Aracataca es más la imagen que otra cosa. Para dar un ejemplo: mientras los cataqueros no reciben el apoyo estatal y desaprovechan a manos llenas el concepto de lo macondiano, un holandés llegó al pueblo, edificó la supuesta tumba del coronel Aureliano Buendía y a través de esta triquiñuela mercadotécnica atrajo la atención de los turistas hacia su negocio hotelero. Cosa que no resulta extraña, si se tiene en cuenta el caso de otras regiones. Boyacá, por ejemplo, donde los extranjeros compran a precio de huevo las fincas que los lugareños, por desidia o ignorancia, dejan a la vera de los caminos desiertos, para luego fundar reservas hoteleras donde cobran por el agua, el pasto, las montañas y las nubes. 

Don Wilfrido nos describió, asimismo, la composición social y étnica del municipio. Afirmó que él mismo desciende de italianos, pues su apellido es Daconte (deformación o transformación fonológica del apellido Dacunti). Así como en su caso hay muchos otros italianos (uno de ellos fundó el Teatro Olimpia, el cual aparece en Cien años de soledad, y que ahora es un descampado a cielo abierto, la trastienda desolada y olorosa a moho con el asfalto cuarteado por la yerba de una panadería central), árabes, paisas, cachacos, etc. 

Por supuesto, anoté el contacto de don Wilfrido. No sé si vaya a hacer algo o no con él. No pienso en eso todavía. Pero le agradezco que se haya detenido a charlar con nosotros aunque no hayamos requerido sus servicios como mototaxista. 

10 de noviembre de 2023 

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