Apunte 1. El mototaxista.
Hoy llegamos a Aracataca. Es un pueblo pequeño, no mucho más que Sibaté, no más divertido de lo que los comentarios de los turistas ocasionales quieren hacer creer. Al menos esa fue mi primera impresión. Hace mucho calor. La noche es casi tan enfebrecida como el día. Hay una calle que en otro tiempo era conocida como la de los turcos donde se apelotonan los bares, las droguerías, las boticas, los almacenes, las pastelerías, los todo a mil. En el parque principal hay una estatua de un Gabo solitario que se resigna a escribir en una vieja máquina frente a la indiferencia generalizada de los lugareños y el interés imprevisto de los pocos turistas atolondrados. Debo tener en cuenta, en todo caso, que lo estoy observando con los ojos de un foráneo que tuvo que cargar una maleta voluminosa. Casi al borde de la medianoche, cuando nos tomábamos con Jayana un par de cervezas en uno de los banquitos del parque, ocurrió lo imprevisto, diríase lo macondiano para cumplir con el vocablo ...